viernes, 20 de diciembre de 2019

La grieta entre los corruptos y los otros

A favor de la grieta

Por Darío Lopérfido || Infobae


Alberto Fernández y Mauricio Macri (REUTERS/Agustin Marcarian)


En la Argentina hay una tendencia a creer que las cosas se arreglan por milagro sin evaluar la situación general ni la historia de los protagonistas de la política. Es una tendencia exagerada al voluntarismo que aparece en todas las actividades. Esto se viene viendo en los últimos días donde políticos, periodistas y otros protagonistas de la actualidad plantean que si llegara el “fin de la grieta” la situación mejoraría. El mismo presidente Fernández se expidió al respecto.

Lo que habría que analizar es si los actos son consecuentes con las palabras.

Para terminar con el enfrentamiento político en la Argentina hace falta mucho más que voluntarismo en las declaraciones, máxime teniendo en cuenta la historia de agresión, discriminación y falta de respeto por el otro que expresó el kirchnerismo como rasgo distintivo en lo años en los que le tocó gobernar. En otras palabras, para que sucediese un cambio de fondo, deberían cambiar las prácticas políticas. Otra manera de ponerle fin a la grieta sería que el sector que no los votó se allanara de manera obediente a sus actitudes (el sueño de todo movimiento con raíces autoritarias), pero eso es inaceptable para los que tenemos una visión republicana. Mientras no sea así, “la grieta” es un mecanismo de defensa de un sector de la población que no está dispuesto a avalar prácticas autoritarias. Ese sector se viene movilizando desde hace tiempo desde distintas identidades políticas y en defensa de los avances autoritarios del kirchnerismo. Son los que se movilizaron en defensa del campo cuando durante la presidencia de CFK (con Martín Lousteau como su ministro de economía) intentaron la Resolución 125. Es ese mismo sector que se movilizó en defensa de la constitución, que marchó por la sospechosa muerte del fiscal Nisman y que se expresó en toda ocasión donde los excesos del kirchnerismo se hacían notar. Este movimiento cívico se manifestó también en las últimas elecciones defendiendo, aún con diferencias con la acción del gobierno anterior, una opción republicana.

Algunos nombramientos y actitudes del nuevo gobierno marcan una intención de seguir con sus practicas históricas, lo cual provoca que el sector que no los votó siga alerta y haga notar cada una de las actitudes que nos recuerden métodos nefastos del período anterior. Es el gobierno el que tiene que mostrar que cambió. No hay cheque en blanco ni período de gracia porque son los que ya gobernaron cometiendo todo tipo de atropellos y con una extraordinaria corrupción durante 12 años. Tienen que mostrar que cambiaron y que esta vez se comportarán como una fuerza política democrática y respetuosa del que piensa distinto. La famosa “grieta” no puede poner en el mismo plano al agresor y al agredido. Fueron los kirchneristas los que instalaron la intolerancia como método. Como bien explicó Karl Popper, para mantener una sociedad tolerante, la sociedad tiene que ser intolerante con la intolerancia.

Estas actitudes se definen por gestos y por actos. La actitud decadente de CFK negándole el saludo al presidente saliente es un acto extraordinariamente intolerante: no esta ahí para mostrar sus gustos personales sino para darle un mensaje a la sociedad acerca de lo valiosa que es la alternancia democrática y el respeto a las instituciones. Cuando toma esa actitud muestra su poco interés por una parte de la población: le habla sólo a los suyos y, en especial, a la corte de aduladores y fanáticos bobalicones, que son su creación. Cuando dice que “en la Capital hasta los helechos tienen luz y agua mientras que en el conurbano chapotean en agua y barro” muestra una preocupante animosidad contra los porteños que votan en su contra. CABA recibe por coparticipación lo mismo que aporta al PBI. No se pueden tomar a la ligera esos comentarios y más aún después de que en 2013, cuando hubo una revuelta policial en Córdoba (también opositora), siguió con un patético acto en la Plaza de Mayo sin notificarse que en esa provincia la gente estaba pasándolo mal y viviendo jornadas de muertes y violencia. Demoró, además, la ayuda a argentinos que estaban sufriendo y discriminó a provincias opositoras. Es un mal presagio esa declaración de los “helechos”. CFK es de la clase de gente que exige sumisión, actitud contraria al funcionamiento de las instituciones. La comparación con el Conurbano (estaba en La Matanza) es de una desfachatez extraordinaria. Los lugares caídos y pobres son, mayoritariamente, los que siempre fueron gobernados por su fuerza política. CFK envenena el discurso político siempre. La obligación de los que estamos del otro lado de la grieta debe ser marcarle cada una de esas hipocresías.

La invitación de dictadores, perseguidos por la justicia y violadores de derechos humanos a la asunción tampoco es una buena señal en ese sentido. La presencia del enviado de Maduro (y el patético silencio de los decadentes representantes de organismos de derechos humanos en la Argentina frente a un régimen criminal), la de Rafael Correa, perseguido por la justicia, y el ofrecimiento a Evo Morales para que se instale con un régimen de “refugiado político” marca a las claras que siempre privilegian a sus amigos por sobre la conveniencia del país. El enviado de EE.UU., Mauricio Claver-Carone, se retiró de la asunción y luego declaró: “Queremos saber si Alberto Fernández va a ser abogado de las democracias de la región o apologista de las dictaduras”. Para el kirchnerismo no es un problema si a los derechos humanos los violan sus amigos. Comprensiblemente, no hubo representación de Israel luego de las polémicas declaraciones de la ministra de seguridad Sabina Frederic diciendo que Hezbollah no era un problema para los argentinos. La organización terrorista está implicada en la muerte de mucha gente durante los atentados de la AMIA y la embajada de Israel. Y los atentados fueron en Argentina. El nombramiento de Sergio Berni en la provincia, quien llegara primero a la casa del fiscal Nisman la noche de su muerte antes que los funcionarios judiciales (nunca sabremos que pasó en la escena del crimen), tampoco es una señal agradable.

Mientras tanto, el nuevo ministro de Cultura, en un alarde de mediocridad intelectual, dice que está en contra de la meritocracia y el gobierno recién asumido, a su vez, deroga el decreto del gobierno anterior que prohibía nombrar familiares de funcionarios en la administración. Están en contra de los méritos y a favor del nepotismo. El mensaje es fuerte y claro: la familia peronista a salvo y pagada por los contribuyentes. La grieta en la Argentina sigue siendo moral.

A propósito de flamantes ministros, el ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, anunció como una acción extraordinaria haber iluminado la imagen de Evita que se encuentra en la Avenida 9 de Julio. Hace un tiempo, formé parte de una discusión pública cuando dije que había que sacar “el adefesio fascista” de la avenida. La falta de coraje de la administración anterior no hizo lo que, sin dudas, hubiese sido un acto republicano. El culto a la imagen, la mezcla de lo partidario con lo estatal (Evita es una figura partidaria y está colocada su imagen en un edificio estatal que les pertenece a todos) y la utilización de fondos públicos para exaltar figuras sectoriales son características propias de los regímenes autoritarios.

Cuando se erigió dicho monumento, no se cumplió con ninguna de las normas correspondientes. Ahora bien, el ministro expresó que ponerle luz a la imagen de Evita es un “acto de justicia social”. Es insólito dónde ha llegado el concepto de justicia social para los peronistas. Esto me recordó a una frase del admirado Albert Einstein: “Dos cosas son infinitas, el universo y la estupidez humana, y del universo no estoy seguro”.

Hubo también un histérico y amenazante discurso del general Milani pidiéndole al nuevo presidente que tenga todo el poder porque si no puede volver la fuerza política anterior. El mensaje que subyace es funesto. Quieren todo el poder y permanecer para siempre. En un sistema republicano el poder se reparte. Que el impresentable de Milani diga estupideces antidemocráticas no me sorprende, pero que nadie lo descalifique es un pésimo síntoma. A su vez, el presidente expresó en su discurso de asunción: “Nunca más la Justicia contaminada”. Más allá del uso de la terminología ligada a la dictadura que tanto les gusta (“Conadep” del periodismo, “Nunca más”, etc.), llama la atención esa mención teniendo en cuenta la cantidad de causas judiciales que tienen CFK, su familia y muchos ex funcionarios, testaferros y empresarios corruptos. Daría la impresión de que están pensando en eso cuando hablan de justicia. Hay que seguir esas apreciaciones con mucha atención.

La grieta empezó en los años del kirchnerismo. Ellos tomaron al opositor como enemigo. Usaron a la lacra de los medios oficialistas para perseguir gente, la AFIP fue un arma de disciplinamiento político y buscaron demoler a todo aquel que pensara distinto. Fueron corruptos y llenaron el discurso político de violencia. Los que tienen que cambiar son claramente ellos. Mientras esto no ocurra seguirá todo igual. Es sano que haya un sector que esté atento a los excesos del poder y es lógico que desconfiemos luego del recuerdo de los 12 años. Si quieren terminar con las divisiones tienen que mostrar que cambiaron. Si no, será un discurso vacío de contenido. No debe cambiar el que defiende la república y las instituciones. Eso sería gravísimo. Seguir en el lugar en el que estamos de la grieta es cuidar la institucionalidad. Estemos alerta.

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