AMIA: cómo fue el increíble hallazgo de las nuevas pruebas, 22 años después
Un videocasete en VHS encontrado en la ex SIDE les permitió a los fiscales encontrar un balde abandonado en un freezer de la Policía Federal, donde había material orgánico y esquirlas
La Nación
El balde rojo hallado con muestras congeladas.
viejo videocasete en VHS rotulado "Autopsias" fue la pista que terminó con el increíble hallazgo de nuevas pruebas sobre el atentado a la AMIA, 22 años después del ataque, como publicó LA NACION hoy en su edición impresa.
Ese video hallado por un equipo que buscaba en la ex SIDE documentos desclasificados permitió dar con un balde rojo abandonado en un freezer de la Policía Federal. Allí se encontró material orgánico y esquirlas que coinciden con los registrados en el coche bomba. Los elementos confirman que la AMIA fue volada con una Trafic y abrieron la posibilidad de que se identifique al terrorista suicida.
El detalle de la historia de cómo se llegó al descubrimiento impresiona. Tras encontrar el viejo VHS, el Grupo Especial de Relevamiento y Análisis Documental (Gerad) advirtió que se trataba de un compilado de los forenses y las autopsias de las víctimas.
Las imágenes mostraban a Osvaldo Raffo y otros facultativos exhibiendo las heridas de las víctimas del atentado. Las describen como de "sacabocado" y muestran cómo extraen de los cuerpos "esquirlas". Se refieren al "síndrome de la explosión".
Habían pasado pocas horas del ataque y aún no se había hallado el motor de la Trafic, pero los forenses, al observar esos restos metálicos que extraen de los cuerpos, ya hablan en ese video de que son restos del "artefacto infernal" que provocó la detonación. Apartaron las esquirlas de 14 cuerpos y las reservaron para estudiarlas en el gabinete pericial.
Desde ese momento nunca más se supo de ellas. Hasta septiembre de este año. En busca de estas esquirlas, los fiscales que sucedieron al fallecido Alberto Nisman en la Unidad AMIA pidieron informes a la Policía Federal, pero el laboratorio dijo que no tenía nada y que a los diez años destruían todo registro.
El comisario Fernando Vera, del Laboratorio Químico, informó que ellos conservaban elementos con rótulos que hacían alusión a cadáveres de la AMIA, pero no se hablaba de esquirlas. Hasta que en septiembre pasado, la policía informó a los fiscales que encontró en el laboratorio en la avenida Huergo al 600, un freezer con un balde rojo, congelado, con la etiqueta DAIA.
La policía lo quiso descongelar, pero los frenaron a tiempo. Los fiscales llevaron al lugar una máquina de rayos X y vieron que adentro del hielo había recipientes que parecían contener muestras. Debajo del balde en el freezer se encontró una bolsa identificada con la leyenda "MAT. REMANENTE PER 6730/94 (Esquirlas)", y adentro se encontraron 14 bolsitas transparentes con restos metálicos, rotuladas con números que se correspondían con las autopsias. Los forenses se llevaron el balde y lo descongelaron en la morgue. Descubrieron allí restos orgánicos, hisopos con muestras, frascos con pelos de las víctimas y restos.
Los fiscales ordenaron realizar estudios de ADN para determinar a qué víctimas pertenecen. Si eventualmente alguno de ellos no corresponde a ninguna de las conocidas, se podría estar frente al conductor suicida o a otra víctima.
Algunas de las esquirlas extraídas de los cuerpos.
Mostrando entradas con la etiqueta SIDE. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta SIDE. Mostrar todas las entradas
domingo, 18 de diciembre de 2016
jueves, 24 de diciembre de 2015
Kirchnerismo roba información de inteligencia que los condena
Escándalo: se robaron 30 años de información de la SIDE
Hace 10 días se llevaron el servidor que tiene “las carpetas” con información de personas que fueron objetivos de inteligencia. Qué dicen las autoridades de la AFI.
Por Rodis Recalt - Noticias
El presidente Mauricio Macri se enteró hoy y quiénes investigan el caso, aún no pudieron cuantificar el impacto que podría generar uno de los escándalos más graves en la historia de la ex Secretaría de Inteligencia, hoy rebautizada AFI (Agencia Federal de Inteligencia).
Hace 10 días, un servidor que funcionaba en el departamento de Análisis Interior, el cuál depende de la Dirección General de Análisis, fue robado. Allí había guardados 30 años de información y archivos sobre cualquier persona que haya sido objetivo de la ex SIDE: políticos, empresarios, funcionarios, periodistas, narcotraficantes, delincuentes, estafadores. Todos. Es una base de datos con información incalculable popularizadas como “carpetas”. En verdad dentro del organismo se llaman “Fichas”, las cuales hasta el momento del robo se seguían actualizando. La carga de datos estaba a cargo de alrededor de 20 empleados de la Agencia, militantes de la agrupación La Cámpora.
La información fue confirmada a NOTICIAS por cuatro fuentes, de las cuales, dos de ellas trabajan en la investigación del caso. Consultadas las autoridades actuales del organismo, reconocieron que se está investigando esto que ellos llaman “una presunta anomalía” y que “de comprobarse la existencia de la misma, con datos certeros, se procederá de acuerdo a lo que la ley disponga”.
La pesquisa interna hasta el momento tenía un sospechoso principal: un militante de la agrupación La Cámpora que ingresó a principios de 2015, junto con la camada de 138 agentes que reveló esta revista. Su nombre es José María Ricchini y es el actual jefe del Departamento de Análisis Interior.
El escándalo, que podría tener repercusión internacional, le explotó en la cara a los nuevos jefes de la inteligencia nacional, Gustavo Arribas y Silvia Majdalani. Y Según pudo saber esta revista, el presidente estaba al tanto de la situación.
Más allá de la incalculable pérdida de información, uno de los mayores temores que tienen hoy los nuevos directores de la AFI es el uso que se le pueda dar a la información.
Hace 10 días se llevaron el servidor que tiene “las carpetas” con información de personas que fueron objetivos de inteligencia. Qué dicen las autoridades de la AFI.
Por Rodis Recalt - Noticias
El presidente Mauricio Macri se enteró hoy y quiénes investigan el caso, aún no pudieron cuantificar el impacto que podría generar uno de los escándalos más graves en la historia de la ex Secretaría de Inteligencia, hoy rebautizada AFI (Agencia Federal de Inteligencia).
Hace 10 días, un servidor que funcionaba en el departamento de Análisis Interior, el cuál depende de la Dirección General de Análisis, fue robado. Allí había guardados 30 años de información y archivos sobre cualquier persona que haya sido objetivo de la ex SIDE: políticos, empresarios, funcionarios, periodistas, narcotraficantes, delincuentes, estafadores. Todos. Es una base de datos con información incalculable popularizadas como “carpetas”. En verdad dentro del organismo se llaman “Fichas”, las cuales hasta el momento del robo se seguían actualizando. La carga de datos estaba a cargo de alrededor de 20 empleados de la Agencia, militantes de la agrupación La Cámpora.
La información fue confirmada a NOTICIAS por cuatro fuentes, de las cuales, dos de ellas trabajan en la investigación del caso. Consultadas las autoridades actuales del organismo, reconocieron que se está investigando esto que ellos llaman “una presunta anomalía” y que “de comprobarse la existencia de la misma, con datos certeros, se procederá de acuerdo a lo que la ley disponga”.
La pesquisa interna hasta el momento tenía un sospechoso principal: un militante de la agrupación La Cámpora que ingresó a principios de 2015, junto con la camada de 138 agentes que reveló esta revista. Su nombre es José María Ricchini y es el actual jefe del Departamento de Análisis Interior.
El escándalo, que podría tener repercusión internacional, le explotó en la cara a los nuevos jefes de la inteligencia nacional, Gustavo Arribas y Silvia Majdalani. Y Según pudo saber esta revista, el presidente estaba al tanto de la situación.
Más allá de la incalculable pérdida de información, uno de los mayores temores que tienen hoy los nuevos directores de la AFI es el uso que se le pueda dar a la información.
sábado, 5 de septiembre de 2015
Cómo es el espionaje interno del SI
Cómo es el centro de pinchaduras telefónicas de la exSecretaría de Inteligencia
Trabaja un ejército de 200 “escuchadores” y opera las 24 horas todos los días. La “limpieza” del personal cercano a Stiuso.
"Hay escuchadores que escucharon crecer familias enteras", cuentan en la DICOM. | Foto: Captura Google Street View.
El edificio de siete pisos de ladrillo y mármol de Avenida de los Incas 3834, una zona residencial de la ciudad de Buenos Aires, fue desde la década del '90 un misterio para los vecinos: veían entrar y salir gente de manera constante pero no sabían que había en ese lugar.
Como todas las "casas" de la ex Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), operaba en el mayor secreto. Allí funcionaba la Oficina de Observaciones Judiciales, conocida como OJOTA, que albergaba el corazón de los "servicios": las escuchas telefónicas. Pero si bien nunca se supo afuera qué pasaba allí adentro, había una misión clara: "Acá se escucharon crecer familias enteras", dicen.
"Queremos terminar con esa lógica del secretismo que imperaba acá", dice la titular de la DICOM, la fiscal Cristina Caamaño, que comenzó a abrir las puertas del bunker de los servicios. Pasillos angostos, un interior de estilo setentista quedado en el tiempo y con instalaciones obsoletas y descuidadas, mucho silencio y miradas de desconfianza. Así es el paisaje donde trabajan los "escuchadores", como se conoce en la jerga a quienes están a cargo de las escuchar las conversaciones de los teléfonos pinchados.
AFI: el video y el panfleto de ventas del software espía que quería comprar Parrilli
"A este lugar no entraba nadie. La seguridad estaba a cargo de la propia SIDE y ahora pusimos Policía Federal. El cartel identificatorio en la puerta puso a todos muy nerviosos", dice Caamaño, que con abogados y funcionarios comanda la DICOM.
Quien entraba al lugar se encontraba con un vidrio polarizado que no dejaba ver al agente que permitía el ingreso y que ahora fue sacado. La misma lógica se replica en las ventanas de varias oficinas. El personal antes tenía prohibido ir a un piso donde no trabajaba y el ascensor del edificio tenía una clave para llegar hasta las oficinas de los directores.
Los teléfonos de línea de la OJOTA estaban todos "pinchados" para escuchar si sus empleados filtraban datos. Solo cinco quedaron intervenidos por cuestiones laborales y quien recibe una llamada es advertido de que la comunicación será grabada.
Todo cambia. Desde el 7 de julio pasado ese edificio lleva una bandera argentina que marca su status de dependencia pública y un cartel en su entrada: "Ministerio Público Fiscal. Departamento de Intercepción y Captación de las Comunicaciones (DICOM)".
Los primeros cambios en la ex OJOTA pasaron por su nombre (ahora DICOM) y por una "limpieza" del personal operativo histórico del organismo que tenía vínculo con Stiuso. Muchos se jubilaron o fueron designados en otras áreas de la AFI y en su lugar fue nombrado personal del nuevo organismo de inteligencia y de la Procuración. Aunque los ex SIDE siguen siendo la mayoría, son todos administrativos. "No quedó nadie vinculado a Stiuso", cuenta Caamaño.
En total, son cerca de 200 personas que trabajan en la DICOM, que opera las 24 horas de todos los días. Cuando la nueva administración llegó al edificio de Avenida de los Incas había cerca de 4.000 líneas telefónicas intervenidas, de las cuales 2.400 son de causas de narcotráfico, unas 1.250 de expedientes que los jueces o fiscales no identifican y el resto se reparte en investigaciones por trata de personas, secuestro extorsivo o privación ilegal de la libertad, delitos aduaneros, averiguación de paradero y extorsión.
El 94 por ciento de esas líneas son teléfonos celulares y radios, tipo Nextel. Los únicos autorizados a pedir "pinchaduras" de teléfonos son jueces y fiscales que fijan la modalidad: su duración, si es de manera directa, cada cuánto quieren recibir una desgrabación.
En vivo y grabados. No todas las líneas son escuchadas en tiempo real. Eso se hace a pedido de un juez o fiscal en un sector conocido como "escucha directa" y que en la mayoría de los casos ocurre para secuestros.
Hay 27 "locutorios" (terminales con computadoras y equipos de audio en las que se graban los teléfonos intervenidos y que están en cuartos sin ventanas ni salida al exterior). El lugar más secreto, donde todavía se recuerda el día que se disparó un arma y al que hoy los agentes ingresan desarmados.
Todos los días se graban tres mil CD's con escuchas y hay teléfonos intervenidos desde 2002. "Hay escuchadores que escucharon crecer familias enteras", cuentan en la DICOM.
El objetivo es agilizar los procesos, hacer desarrollo informático y tecnológico, afianzar el diálogo con las empresas telefónicas y bajar los tiempos de la intervención de las líneas. En casos urgentes como los secuestros una línea podía demorar hasta cerca de dos horas en ser intervenida. Ahora intentan llevarlo a 20 minutos.
Trabaja un ejército de 200 “escuchadores” y opera las 24 horas todos los días. La “limpieza” del personal cercano a Stiuso.
"Hay escuchadores que escucharon crecer familias enteras", cuentan en la DICOM. | Foto: Captura Google Street View.
El edificio de siete pisos de ladrillo y mármol de Avenida de los Incas 3834, una zona residencial de la ciudad de Buenos Aires, fue desde la década del '90 un misterio para los vecinos: veían entrar y salir gente de manera constante pero no sabían que había en ese lugar.
Como todas las "casas" de la ex Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), operaba en el mayor secreto. Allí funcionaba la Oficina de Observaciones Judiciales, conocida como OJOTA, que albergaba el corazón de los "servicios": las escuchas telefónicas. Pero si bien nunca se supo afuera qué pasaba allí adentro, había una misión clara: "Acá se escucharon crecer familias enteras", dicen.
"Queremos terminar con esa lógica del secretismo que imperaba acá", dice la titular de la DICOM, la fiscal Cristina Caamaño, que comenzó a abrir las puertas del bunker de los servicios. Pasillos angostos, un interior de estilo setentista quedado en el tiempo y con instalaciones obsoletas y descuidadas, mucho silencio y miradas de desconfianza. Así es el paisaje donde trabajan los "escuchadores", como se conoce en la jerga a quienes están a cargo de las escuchar las conversaciones de los teléfonos pinchados.
AFI: el video y el panfleto de ventas del software espía que quería comprar Parrilli
"A este lugar no entraba nadie. La seguridad estaba a cargo de la propia SIDE y ahora pusimos Policía Federal. El cartel identificatorio en la puerta puso a todos muy nerviosos", dice Caamaño, que con abogados y funcionarios comanda la DICOM.
Quien entraba al lugar se encontraba con un vidrio polarizado que no dejaba ver al agente que permitía el ingreso y que ahora fue sacado. La misma lógica se replica en las ventanas de varias oficinas. El personal antes tenía prohibido ir a un piso donde no trabajaba y el ascensor del edificio tenía una clave para llegar hasta las oficinas de los directores.
Los teléfonos de línea de la OJOTA estaban todos "pinchados" para escuchar si sus empleados filtraban datos. Solo cinco quedaron intervenidos por cuestiones laborales y quien recibe una llamada es advertido de que la comunicación será grabada.
Todo cambia. Desde el 7 de julio pasado ese edificio lleva una bandera argentina que marca su status de dependencia pública y un cartel en su entrada: "Ministerio Público Fiscal. Departamento de Intercepción y Captación de las Comunicaciones (DICOM)".
Los primeros cambios en la ex OJOTA pasaron por su nombre (ahora DICOM) y por una "limpieza" del personal operativo histórico del organismo que tenía vínculo con Stiuso. Muchos se jubilaron o fueron designados en otras áreas de la AFI y en su lugar fue nombrado personal del nuevo organismo de inteligencia y de la Procuración. Aunque los ex SIDE siguen siendo la mayoría, son todos administrativos. "No quedó nadie vinculado a Stiuso", cuenta Caamaño.
En total, son cerca de 200 personas que trabajan en la DICOM, que opera las 24 horas de todos los días. Cuando la nueva administración llegó al edificio de Avenida de los Incas había cerca de 4.000 líneas telefónicas intervenidas, de las cuales 2.400 son de causas de narcotráfico, unas 1.250 de expedientes que los jueces o fiscales no identifican y el resto se reparte en investigaciones por trata de personas, secuestro extorsivo o privación ilegal de la libertad, delitos aduaneros, averiguación de paradero y extorsión.
El 94 por ciento de esas líneas son teléfonos celulares y radios, tipo Nextel. Los únicos autorizados a pedir "pinchaduras" de teléfonos son jueces y fiscales que fijan la modalidad: su duración, si es de manera directa, cada cuánto quieren recibir una desgrabación.
En vivo y grabados. No todas las líneas son escuchadas en tiempo real. Eso se hace a pedido de un juez o fiscal en un sector conocido como "escucha directa" y que en la mayoría de los casos ocurre para secuestros.
Hay 27 "locutorios" (terminales con computadoras y equipos de audio en las que se graban los teléfonos intervenidos y que están en cuartos sin ventanas ni salida al exterior). El lugar más secreto, donde todavía se recuerda el día que se disparó un arma y al que hoy los agentes ingresan desarmados.
Todos los días se graban tres mil CD's con escuchas y hay teléfonos intervenidos desde 2002. "Hay escuchadores que escucharon crecer familias enteras", cuentan en la DICOM.
El objetivo es agilizar los procesos, hacer desarrollo informático y tecnológico, afianzar el diálogo con las empresas telefónicas y bajar los tiempos de la intervención de las líneas. En casos urgentes como los secuestros una línea podía demorar hasta cerca de dos horas en ser intervenida. Ahora intentan llevarlo a 20 minutos.
domingo, 23 de agosto de 2015
Espionaje interno de la SIDE
Espiados: cómo nos vigilan las redes del Gobierno
Mirtha Legrand y Jorge Lanata denunciaron que los estaban espiando. Junto a ellos, miles de argentinos estamos siendo monitoreados por un entramado de espías que cuentan con un presupuesto anual de 2.500 millones de pesos.
El edificio de la SI (ex SIDE), ubicado en calle 25 de mayo 11, a un costado de la Casa Rosada.
Claudio Savoia - Clarín
"Siento ruido en el teléfono, creo que está intervenido". Mirtha Legrand soltó su sospecha con la liviandad con que se enumeran las naderías que jalonan la rutina diaria. Ocurrió hace menos de un mes, pocas horas después de que en uno de sus programas la diva calificara a la Presidenta como una "dictadora". Dos días más tarde, el ministro de Economía Axel Kicillof perdió la paciencia frente a un periodista que le preguntó si no eran excesivas la base y las tasas del impuesto a las Ganancias: "No es cierto que cada vez más gente paga Ganancias. Solo el 10 por ciento de un total de 11 millones de asalariados. Pase por mi oficina y lo invito a ver la lista, uno por uno, del millón de personas que pagan el impuesto a las Ganancias". El ministro intentó morigerar el exabrupto más tarde, asegurando que había sido una broma.
Las noticias de la semana pasada trajeron más sorpresas: el periodista Jorge Lanata aseguró que el 3 de diciembre pasado recibió en su casilla de correo electrónico un mail que contenía el mismo virus espía que los peritos informáticos de la Policía Metropolitana habían descubierto en el teléfono del fiscal Alberto Nisman, cuyos pasos, a su vez, eran monitoreados por un hasta ahora desconocido equipo de prefectos que duplicaba las funciones de su custodia policial. Según consta en el expediente que con parsimonia alimenta la fiscal Viviana Fein, el día anterior a que el titular de la UFI AMIA apareciera muerto en su departamento, frente a su edificio merodeaba otro prefecto integrante del cuerpo de Inteligencia del organismo.
No es una enumeración de hechos inconexos, sino las últimas escenas de una obra que se monta todo el tiempo, en cualquier calle, en el extremo de cientos de líneas telefónicas de desprevenidos ciudadanos o en los archivos y bases de datos que engordan en decenas de oficinas públicas. ¿Su título? Bien podría ser "Espionaje para todos y todas".
Sólo en las fuerzas armadas y de seguridad argentinas, más de 5.000 agentes de inteligencia patrullan la intimidad, las costumbres, conversaciones, gastos, correspondencia y movimientos de los cuarenta millones de argentinos. No están para eso, por supuesto, pero la obsesión del gobierno por acumular información personal sobre los ciudadanos y los cuantiosos recursos que dedicó en los últimos años a ello –los cuerpos de inteligencia federal gastarán en 2015 casi 2.500 millones de pesos– convirtieron a los sigilosos agentes en antenas móviles aplicadas a seguir –literalmente– a empresarios poderosos, dirigentes políticos de la oposición, periodistas renombrados, jueces o fiscales.
Pero como la capacidad instalada nunca puede quedar ociosa, y los requerimientos de la política pueden variar como el viento hasta posarse sobre un ignoto corredor inmobiliario que denuncia la merma de su trabajo tras la instauración del cepo al dólar, los integrantes de una comisión interna gremial en una Pyme del Gran Buenos Aires o los más activos tuiteros que protestan contra el gobierno, es mejor ampliar la recolección de datos a la mayor cantidad de gente posible. Los adelantos tecnológicos y un presupuesto abundante despejan el camino de cualquier obstáculo.
La guerra declarada por Cristina contra su ex espía favorito, Antonio "Jaime" Stiuso, enfocó los reflectores sobre viejos y conocidos vicios de la ex SIDE, ahora remozada bajo el nombre de Agencia Federal de Inteligencia. Pero sus 2.500 agentes, informantes, colaboradores inorgánicos y buchones no son los únicos. La Policía Federal tiene a los "plumas", la Gendarmería a los "sapitos" u "ojos de vidrio", la Prefectura a los "orejas de goma", el Ejército a los "solapas" y la Fuerza Aérea a los "sifones". Sin sobrenombres tan unánimes, la Armada, la Policía de Seguridad Aeroportuaria, el Servicio Penitenciario Federal y las policías provinciales aportan otro numeroso lote de espías estatales diseminados en todo el país.
Los "plumas", que son un millar y espían en todas las provincias, se forman durante dos años en la "Escuelita", un instituto secreto ubicado en los altos de la comisaría 8°, en la porteña calle Urquiza. Cuando egresan cobran unos 17.000 pesos, que con viáticos y adicionales pueden llegar a estirarse hasta 50.000. Con una ventaja: los espías deben conseguirse otro empleo formal al que, casi siempre bajo otro nombre, deberán atender con esmero para no despertar sospechas. Eso les permitirá encubrir sus tareas de seguimiento de personas, relevamiento de actividades en un club, un barrio, una reunión de vecinos o un consorcio: porteros, abogados y periodistas son los empleos de superficie más elegidos por los plumas.
Pero el espionaje más vasto y capilar del país es sin duda el que con prolijidad castrense llevan a cabo los gendarmes, con su famoso Proyecto X. Tal como releva el flamante libro Espiados, la interminable lista de organizaciones sindicales, políticas y estudiantiles vigiladas por la Gendarmería se mezcla con otros objetivos más curiosos y estremecedores. Sólo algunos ejemplos, de entre cientos: taxistas de Concepción del Uruguay, padres y docentes de la escuela 1-145 de El Algarrobal, en el departamento mendocino de Las Heras, vecinos del peaje de la ruta nacional 8 con el cruce de la ruta provincial 6, jubilados de la provincia de Santiago del Estero, habitantes de Villa La Angostura. Como para que nadie se quede afuera.
El ascenso del ahora retirado general César Milani como jefe del Ejército también reflejó la vocación por convalidar y acrecentar la tarea de espionaje interno –absolutamente ilegal– por parte de los militares. Algunos números revelan esa vocación. En 2007, cuando se reorganizó la Inteligencia Militar, en el Ejército había 99 unidades de inteligencia en todo el país. Tres años después se habían reducido a 33, pero el espía Milani –su especialidad profesional era la Inteligencia– las aumentó a 120, integradas por entre 1800 y 2000 agentes. A la Armada también le descubrieron un complejo sistema de espionaje sobre los vecinos y organizaciones cercanas a sus bases y dependencias, que quedó al desnudo durante un juicio en el que terminaron condenados los ex jefes de la fuerza bajo el gobierno de Néstor Kirchner, Jorge Godoy y Benito Rótolo.
Pero el seguimiento personal de los objetivos de la inteligencia interna y la redacción de informes y fichas individuales y grupales es insuficiente para cubrir las actividades de los objetivos del espionaje masivo que el Estado kirchnerista perfeccionó sobre sus ciudadanos. En muchos casos también es necesario escuchar sus conversaciones, y entonces hay que acudir al único organismo que hasta ahora tenía potestad legal para pinchar teléfonos, siempre con la orden de un juez federal: la ex SIDE. A través de la dirección de Observaciones Judiciales (conocida como Ojota, por sus iniciales) se tramitan los pedidos para que el juez autorice a escuchar una determinada cantidad de líneas telefónicas, por un plazo máximo –pero prorrogable, siempre hay un pero– de treinta días. Con la ayuda de algún magistrado o secretario letrado poco preocupado en controlar la lista de números que firma, y los contactos adecuados en la ex SIDE, pinchar una línea telefónica puede llegar a costar unos 50.000 pesos por día. Los juzgados menos aprensivos a controlar lo que firman –digamos– suelen encontrarse en el interior, sobre todo en La Pampa, Misiones y Formosa.
Con una capacidad instalada para intervenir hasta 48.000 líneas telefónicas, la ex SIDE perdió este año esta formidable herramienta de poder, de la que muchos agentes también hicieron un floreciente negocio. La última reforma que Cristina aplicó al organismo llevó la Ojota a la órbita de la Procuración General de la Nación, donde funcionará bajo la estricta mirada de la fiscal Cristina Caamaño. Mientras, del otro lado del supuesto Jordán de la transparencia la nueva SIDE seguirá espiando a los argentinos. Aunque no logró evitar ni esclarecer ninguno de los dos atentados terroristas que sufrió la Argentina, ni pudo detener el avance de las organizaciones de narcotráfico que ya se adueñaron de algunos barrios de Rosario y el Gran Buenos Aires, en la última década los agentes redactaron 600.000 informes de inteligencia. Un detalle: en 2003, el año en que Néstor Kirchner entró a la Casa Rosada, la ex SIDE produjo 1.400 informes. Al año siguiente, bajo la nueva conducción, fueron 52.379. Y la cifra siguió creciendo, hasta estabilizarse en unos 55.000 informes anuales.
El Gran Hermano K no se agota en la febril tarea de los organismos de inteligencia. Otras oficinas públicas que por su trabajo cuentan con información sensible de los argentinos fueron incorporadas a la constelación de la vigilancia del Estado. La AFIP, la Inspección General de Justicia, la Unidad de Información Financiera, la ANSeS y la Comisión Nacional de Valores son algunos de los organismos públicos que, al ceder sus datos con fines políticos y sumarlos a gigantescas bases de datos ajenas a la función para la cual fueron recolectados, comenzaron a participar del espionaje interno irregular. Otros proyectos son más transparentes, pero no por eso menos impresionantes: el casi desconocido Sistema de Identificación Nacional Tributario y Social, que depende del ministerio de Desarrollo Social, creó un ecosistema de bases de datos estatales, con información de casi 400 organismos nacionales, provinciales y municipales de todo el país que se adhirieron para compartir y acceder al contenido de 1695 bases de datos, "con información de 40 millones de personas físicas y más de 1,2 millón de personas jurídicas".
Podemos seguir: un relevamiento de Clarín Zonales contabilizó unas 12.600 cámaras de seguridad que observan a los peatones en la Capital y el Conurbano. El ministerio de Defensa avanza con la producción de tres modelos de drones de reconocimiento e inteligencia, que podrán filmar y sacar fotografías en alta definición desde lo alto y con enorme precisión. Los nuevos DNI y pasaportes incorporan un chip con datos personales a los que según se anunció se sumará información médica y previsional. Otro proyecto que crece en el ámbito del ministerio de Seguridad, y que se denomina SIBIOS, avanza en la conformación de una enorme base de datos biométricos de todos los argentinos: huellas digitales y perfiles faciales trazados electrónicamente a partir de las fotografías archivadas en el Registro Nacional de las Personas –las mismas que aún aparecen en los padrones electorales, aunque una causa judicial busca establecer si eso no vulnera derechos individuales– serán incorporadas al sistema, que cuenta con la adhesión de quince provincias y del que ya hacen uso las fuerzas de seguridad nacionales.
Ya lo decía Perón: "Todos los hombres son buenos, pero si se los vigila son mejores". Y no es retórica. El fabuloso sistema de vigilancia social kirchnerista se perfecciona día a día, y si no se exige a los candidatos presidenciales que lo desactiven, permanecerá, robusto y acechante, más allá de las elecciones. Porque "mejor que decir, es hacer, y mejor que prometer es realizar".
*Claudio Savoia es autor de "Espiados", recientemente publicado por Editorial Planeta.
Mirtha Legrand y Jorge Lanata denunciaron que los estaban espiando. Junto a ellos, miles de argentinos estamos siendo monitoreados por un entramado de espías que cuentan con un presupuesto anual de 2.500 millones de pesos.
El edificio de la SI (ex SIDE), ubicado en calle 25 de mayo 11, a un costado de la Casa Rosada.
Claudio Savoia - Clarín
"Siento ruido en el teléfono, creo que está intervenido". Mirtha Legrand soltó su sospecha con la liviandad con que se enumeran las naderías que jalonan la rutina diaria. Ocurrió hace menos de un mes, pocas horas después de que en uno de sus programas la diva calificara a la Presidenta como una "dictadora". Dos días más tarde, el ministro de Economía Axel Kicillof perdió la paciencia frente a un periodista que le preguntó si no eran excesivas la base y las tasas del impuesto a las Ganancias: "No es cierto que cada vez más gente paga Ganancias. Solo el 10 por ciento de un total de 11 millones de asalariados. Pase por mi oficina y lo invito a ver la lista, uno por uno, del millón de personas que pagan el impuesto a las Ganancias". El ministro intentó morigerar el exabrupto más tarde, asegurando que había sido una broma.
Las noticias de la semana pasada trajeron más sorpresas: el periodista Jorge Lanata aseguró que el 3 de diciembre pasado recibió en su casilla de correo electrónico un mail que contenía el mismo virus espía que los peritos informáticos de la Policía Metropolitana habían descubierto en el teléfono del fiscal Alberto Nisman, cuyos pasos, a su vez, eran monitoreados por un hasta ahora desconocido equipo de prefectos que duplicaba las funciones de su custodia policial. Según consta en el expediente que con parsimonia alimenta la fiscal Viviana Fein, el día anterior a que el titular de la UFI AMIA apareciera muerto en su departamento, frente a su edificio merodeaba otro prefecto integrante del cuerpo de Inteligencia del organismo.
No es una enumeración de hechos inconexos, sino las últimas escenas de una obra que se monta todo el tiempo, en cualquier calle, en el extremo de cientos de líneas telefónicas de desprevenidos ciudadanos o en los archivos y bases de datos que engordan en decenas de oficinas públicas. ¿Su título? Bien podría ser "Espionaje para todos y todas".
Sólo en las fuerzas armadas y de seguridad argentinas, más de 5.000 agentes de inteligencia patrullan la intimidad, las costumbres, conversaciones, gastos, correspondencia y movimientos de los cuarenta millones de argentinos. No están para eso, por supuesto, pero la obsesión del gobierno por acumular información personal sobre los ciudadanos y los cuantiosos recursos que dedicó en los últimos años a ello –los cuerpos de inteligencia federal gastarán en 2015 casi 2.500 millones de pesos– convirtieron a los sigilosos agentes en antenas móviles aplicadas a seguir –literalmente– a empresarios poderosos, dirigentes políticos de la oposición, periodistas renombrados, jueces o fiscales.
Pero como la capacidad instalada nunca puede quedar ociosa, y los requerimientos de la política pueden variar como el viento hasta posarse sobre un ignoto corredor inmobiliario que denuncia la merma de su trabajo tras la instauración del cepo al dólar, los integrantes de una comisión interna gremial en una Pyme del Gran Buenos Aires o los más activos tuiteros que protestan contra el gobierno, es mejor ampliar la recolección de datos a la mayor cantidad de gente posible. Los adelantos tecnológicos y un presupuesto abundante despejan el camino de cualquier obstáculo.
La guerra declarada por Cristina contra su ex espía favorito, Antonio "Jaime" Stiuso, enfocó los reflectores sobre viejos y conocidos vicios de la ex SIDE, ahora remozada bajo el nombre de Agencia Federal de Inteligencia. Pero sus 2.500 agentes, informantes, colaboradores inorgánicos y buchones no son los únicos. La Policía Federal tiene a los "plumas", la Gendarmería a los "sapitos" u "ojos de vidrio", la Prefectura a los "orejas de goma", el Ejército a los "solapas" y la Fuerza Aérea a los "sifones". Sin sobrenombres tan unánimes, la Armada, la Policía de Seguridad Aeroportuaria, el Servicio Penitenciario Federal y las policías provinciales aportan otro numeroso lote de espías estatales diseminados en todo el país.
Los "plumas", que son un millar y espían en todas las provincias, se forman durante dos años en la "Escuelita", un instituto secreto ubicado en los altos de la comisaría 8°, en la porteña calle Urquiza. Cuando egresan cobran unos 17.000 pesos, que con viáticos y adicionales pueden llegar a estirarse hasta 50.000. Con una ventaja: los espías deben conseguirse otro empleo formal al que, casi siempre bajo otro nombre, deberán atender con esmero para no despertar sospechas. Eso les permitirá encubrir sus tareas de seguimiento de personas, relevamiento de actividades en un club, un barrio, una reunión de vecinos o un consorcio: porteros, abogados y periodistas son los empleos de superficie más elegidos por los plumas.
Pero el espionaje más vasto y capilar del país es sin duda el que con prolijidad castrense llevan a cabo los gendarmes, con su famoso Proyecto X. Tal como releva el flamante libro Espiados, la interminable lista de organizaciones sindicales, políticas y estudiantiles vigiladas por la Gendarmería se mezcla con otros objetivos más curiosos y estremecedores. Sólo algunos ejemplos, de entre cientos: taxistas de Concepción del Uruguay, padres y docentes de la escuela 1-145 de El Algarrobal, en el departamento mendocino de Las Heras, vecinos del peaje de la ruta nacional 8 con el cruce de la ruta provincial 6, jubilados de la provincia de Santiago del Estero, habitantes de Villa La Angostura. Como para que nadie se quede afuera.
El ascenso del ahora retirado general César Milani como jefe del Ejército también reflejó la vocación por convalidar y acrecentar la tarea de espionaje interno –absolutamente ilegal– por parte de los militares. Algunos números revelan esa vocación. En 2007, cuando se reorganizó la Inteligencia Militar, en el Ejército había 99 unidades de inteligencia en todo el país. Tres años después se habían reducido a 33, pero el espía Milani –su especialidad profesional era la Inteligencia– las aumentó a 120, integradas por entre 1800 y 2000 agentes. A la Armada también le descubrieron un complejo sistema de espionaje sobre los vecinos y organizaciones cercanas a sus bases y dependencias, que quedó al desnudo durante un juicio en el que terminaron condenados los ex jefes de la fuerza bajo el gobierno de Néstor Kirchner, Jorge Godoy y Benito Rótolo.
Pero el seguimiento personal de los objetivos de la inteligencia interna y la redacción de informes y fichas individuales y grupales es insuficiente para cubrir las actividades de los objetivos del espionaje masivo que el Estado kirchnerista perfeccionó sobre sus ciudadanos. En muchos casos también es necesario escuchar sus conversaciones, y entonces hay que acudir al único organismo que hasta ahora tenía potestad legal para pinchar teléfonos, siempre con la orden de un juez federal: la ex SIDE. A través de la dirección de Observaciones Judiciales (conocida como Ojota, por sus iniciales) se tramitan los pedidos para que el juez autorice a escuchar una determinada cantidad de líneas telefónicas, por un plazo máximo –pero prorrogable, siempre hay un pero– de treinta días. Con la ayuda de algún magistrado o secretario letrado poco preocupado en controlar la lista de números que firma, y los contactos adecuados en la ex SIDE, pinchar una línea telefónica puede llegar a costar unos 50.000 pesos por día. Los juzgados menos aprensivos a controlar lo que firman –digamos– suelen encontrarse en el interior, sobre todo en La Pampa, Misiones y Formosa.
Con una capacidad instalada para intervenir hasta 48.000 líneas telefónicas, la ex SIDE perdió este año esta formidable herramienta de poder, de la que muchos agentes también hicieron un floreciente negocio. La última reforma que Cristina aplicó al organismo llevó la Ojota a la órbita de la Procuración General de la Nación, donde funcionará bajo la estricta mirada de la fiscal Cristina Caamaño. Mientras, del otro lado del supuesto Jordán de la transparencia la nueva SIDE seguirá espiando a los argentinos. Aunque no logró evitar ni esclarecer ninguno de los dos atentados terroristas que sufrió la Argentina, ni pudo detener el avance de las organizaciones de narcotráfico que ya se adueñaron de algunos barrios de Rosario y el Gran Buenos Aires, en la última década los agentes redactaron 600.000 informes de inteligencia. Un detalle: en 2003, el año en que Néstor Kirchner entró a la Casa Rosada, la ex SIDE produjo 1.400 informes. Al año siguiente, bajo la nueva conducción, fueron 52.379. Y la cifra siguió creciendo, hasta estabilizarse en unos 55.000 informes anuales.
El Gran Hermano K no se agota en la febril tarea de los organismos de inteligencia. Otras oficinas públicas que por su trabajo cuentan con información sensible de los argentinos fueron incorporadas a la constelación de la vigilancia del Estado. La AFIP, la Inspección General de Justicia, la Unidad de Información Financiera, la ANSeS y la Comisión Nacional de Valores son algunos de los organismos públicos que, al ceder sus datos con fines políticos y sumarlos a gigantescas bases de datos ajenas a la función para la cual fueron recolectados, comenzaron a participar del espionaje interno irregular. Otros proyectos son más transparentes, pero no por eso menos impresionantes: el casi desconocido Sistema de Identificación Nacional Tributario y Social, que depende del ministerio de Desarrollo Social, creó un ecosistema de bases de datos estatales, con información de casi 400 organismos nacionales, provinciales y municipales de todo el país que se adhirieron para compartir y acceder al contenido de 1695 bases de datos, "con información de 40 millones de personas físicas y más de 1,2 millón de personas jurídicas".
Podemos seguir: un relevamiento de Clarín Zonales contabilizó unas 12.600 cámaras de seguridad que observan a los peatones en la Capital y el Conurbano. El ministerio de Defensa avanza con la producción de tres modelos de drones de reconocimiento e inteligencia, que podrán filmar y sacar fotografías en alta definición desde lo alto y con enorme precisión. Los nuevos DNI y pasaportes incorporan un chip con datos personales a los que según se anunció se sumará información médica y previsional. Otro proyecto que crece en el ámbito del ministerio de Seguridad, y que se denomina SIBIOS, avanza en la conformación de una enorme base de datos biométricos de todos los argentinos: huellas digitales y perfiles faciales trazados electrónicamente a partir de las fotografías archivadas en el Registro Nacional de las Personas –las mismas que aún aparecen en los padrones electorales, aunque una causa judicial busca establecer si eso no vulnera derechos individuales– serán incorporadas al sistema, que cuenta con la adhesión de quince provincias y del que ya hacen uso las fuerzas de seguridad nacionales.
Ya lo decía Perón: "Todos los hombres son buenos, pero si se los vigila son mejores". Y no es retórica. El fabuloso sistema de vigilancia social kirchnerista se perfecciona día a día, y si no se exige a los candidatos presidenciales que lo desactiven, permanecerá, robusto y acechante, más allá de las elecciones. Porque "mejor que decir, es hacer, y mejor que prometer es realizar".
*Claudio Savoia es autor de "Espiados", recientemente publicado por Editorial Planeta.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)