La declaración de la nueva zona de defensa aérea china sobre unas islas en disputa con Japón revela las tensiones latentes en la región Asia-Pacífico y la creciente rivalidad entre Pekín y Washington
Jose Reynoso - El País
Llegaron al poder prácticamente al mismo tiempo –el presidente chino, Xi Jinping, en el congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) en noviembre del año pasado; el primer ministro japonés, Shinzo Abe, en las elecciones generales el mes siguiente- y los dos han adoptado una actitud más firme que sus predecesores en la política de Defensa y el conflicto territorial marítimo que enfrenta a los dos países desde hace años.
La última muestra ha llegado con la reciente declaración por parte de China de una nueva "zona de identificación de defensa aérea" (ADIZ en sus siglas en inglés) sobre unas islas en disputa en el Mar de China Oriental, que ha provocado las protestas de varios países en la región, desde Corea del Sur a Australia. Japón ha rechazado la decisión china y ha forzado a sus aerolíneas a que den marcha atrás y se nieguen a entregar sus planes de vuelo cuando sus aviones pasan por la zona como exige Pekín desde el sábado de la semana pasada. Otras aerolíneas regionales como Singapore Airlines, la australiana Qantas y Korean Air han afirmado que cumplirán con la demanda. También lo están haciendo las estadounidenses, con el beneplácito de Washington.
El duelo en los cielos de Asia se ha convertido en un duelo múltiple, con un actor clave, Estados Unidos, cuyo vicepresidente, Joe Biden, inicia este lunes en Japón una gira asiática, que estará protagonizada por la actual crisis. Washington tiene un tratado de seguridad con Tokio que incluye este archipiélago que consideran suyo tanto Japón, que lo llama Senkaku, como China, que lo llama Diaoyu, y ha salido rápidamente en apoyo de su aliado. El martes envió dos bombarderos B-52 desarmados desde su base en Guam, en el Pacífico, que sobrevolaron la nueva zona de defensa aérea sin avisar previamente a las autoridades chinas. El mismo día, un avión militar surcoreano penetró también en el área sin identificarse, y otro tanto han hecho aparatos japoneses y taiwaneses en diferentes ocasiones. Las patrullas aéreas americanas y de sus aliados se han sucedido de forma “rutinaria” desde entonces, según Washington.
Con la demostración de poder, Estados Unidos ha lanzado una clara advertencia a Pekín sobre su compromiso inquebrantable con Japón y el rechazo a una medida unilateral que rompe el status quo en la región. Biden pretende dejárselo bien claro a los líderes chinos en Pekín durante el viaje a tres países de la zona: Japón, China y Corea del Sur.
Washington no toma partido sobre la soberanía del archipiélago deshabitado, rico en recursos gasísticos y pesqueros, pero reconoce que Tokio tiene el control administrativo sobre él y ha asegurado que defenderá a su aliado en caso de conflicto armado.
La rápida reacción estadounidense -al enviar sus bombarderos- ha colocado en una posición delicada al Gobierno de Pekín, que había advertido que aquellos aviones que entren en la zona deben identificarse y notificárselo o podrían tener que hacer frente a “medidas defensivas de emergencia”.
¿Ha cometido una torpeza China con la decisión de la nueva zona aérea? ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar para implementarla? ¿Dará una respuesta contundente al vuelo de los B-52 y los aviones de vigilancia japoneses y surcoreanos sobre unas islas que considera suyas? ¿Castigará a las aerolíneas japonesas por no comunicar sus planes de vuelo? Si no lo hace, podría suponer una pérdida de credibilidad internacional. Si lo hace, corre el riesgo de provocar un error de cálculo y una escalada de la tensión e incluso un potencial choque armado, algo que nadie desea. De momento, se ha limitado al envío a la zona de varios cazabombarderos y un avión dotado de radar para “monitorizar” a sus rivales, y ha rebajado el tono de sus exigencias.
El Gobierno se enfrenta a una presión interna creciente para que demuestre su firmeza. La prensa oficial pidió el viernes “contramedidas oportunas si vacilar” si Japón viola la demarcación aérea, pero se cuidó mucho de amenazar a Washington.
Para China, se trata de demostrar su determinación en la defensa de la integridad territorial, y puede argumentar que Japón también impuso una zona de identificación de defensa aérea en el mar de China Oriental sobre territorio reclamado por Pekín. Esta zona, que se solapa con la china, fue creada a finales de la década de 1960, y fue ampliada 22 kilómetros hacia el oeste en mayo pasado. Tokio dice que solo exige que se identifiquen aquellos aviones que se dirigen a su espacio territorial aéreo, no aquellos que simplemente transitan por la ADIZ.
El audaz paso dado por el Gobierno de Xi Jinping ha reavivado los temores de otros países asiáticos a la creciente confianza de China en sí misma y su poder militar -Pekín tiene conflictos territoriales con varios vecinos como Filipinas y Vietnam-, y supone un desafío histórico a Estados Unidos, que ha dominado la región durante décadas. En Japón, la nueva zona de defensa china podría servir de catalizador a las maniobras de Abe para reforzar el ejército y disminuir los controles sobre su Constitución pacifista, redactada tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial.
Algunos expertos creen que, al declarar la zona aérea, China ha subestimado tanto la capacidad marítima y la determinación de Japón como la fortaleza de la alianza entre Washington y Tokio. Pero podría tratarse de una maniobra para sondear la respuesta de sus rivales, presionar a Japón para que negocie sobre las islas, mostrar su descontento por las misiones periódicas estadounidenses de recogida de información de inteligencia por mar y aire a lo largo de las fronteras chinas, y dejar claro que a medida que avanza su poderío económico también lo van a hacer el político y el militar.
China implementará probablemente la nueva zona de forma lenta y progresiva, a largo plazo como hace en otros asuntos, sin caer en el riesgo de un roce militar, aunque a corto plazo mine su credibilidad y su influencia regional. Su objetivo es claro. Quiere romper la hegemonía mundial estadounidense, y la región Asia-Pacífico se ha convertido en prioritaria, especialmente después del giro de la política exterior del presidente Barack Obama hacia Asia; un giro que, según el Gobierno chino, ha creado tensión en esta parte del mundo, que cada vez más considera su patio trasero. Estados Unidos no está dispuesto a ceder el patio, y así viene a recordarlo Joe Biden esta semana.
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