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miércoles, 27 de marzo de 2019

Cubanezuela: Vladimir, el Padrino de la mafia militar cubanezolana

Vladimir Padrino, el militar sin tiempo que empuja a generales y coroneles venezolanos al suicidio


Por Laureano Pérez Izquierdo | Infobae


El dictador Nicolás Maduro junto al hombre fuerte de las Fuerzas Armadas chavistas, Vladimir Padrino López (AP)


Mario Puzo sonreiría al conocer la existencia de alguien con ese singular apellido y poder. Padrino. Es el nombre del comandante más influyente de la apocalíptica Venezuela que propone Nicolás Maduro. Es aquel que intenta mantener a raya a los más de mil generales y coroneles que quieren romper filas y terminar con la agonía. Duda: teme que para él pueda ya no haber retorno.

Vladimir Padrino López, así su nombre completo, nació en 1963 en Caracas y desde 2014 concentra atribuciones casi absolutas, sólo comparables a las del propio dictador y a las de Diosdado Cabello. Aquel año fue nombrado ministro del Poder Popular para la Defensa. Se mantiene fiel a su actual jefe como antes lo hizo con Hugo Chávez. Y permanece en el cargo de Comandante Estratégico Operacional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Un pomposo título que le permite ser el dique de contención ante militares descontentos.

"Si Padrino da un portazo representará un golpe mortal para la dictadura", repite un general retirado desde Caracas. Prefiere el anonimato: comprende que es la única forma de permanecer a salvo en el devastado país.

El máximo militar se muestra, ante el resto, leal. Dice ser un "privilegiado" por haber sido alcanzado por las sanciones de los Estados Unidos el pasado 25 de septiembre. Esa amonestación le impedirá gozar de su fortuna declarada, incalculable. También de aquella que hizo ensuciándose y que Washington localizó dónde está oculta.

Cuando supo sobre la decisión del gobierno norteamericano lanzó una provocación. Lo hizo vía Twitter, pour la gallerie: "He ordenado pasar al Departamento del Tesoro la nómina completa de los oficiales generales y almirantes de la FANB (Fuerza Armada Nacional Bolivariana) para facilitar la tarea de 'sancionar' por cuotas a los revolucionarios defensores de la Constitución y de la soberanía nacional". La ironía no cayó nada bien entre sus subalternos.

Con ellos, Padrino utiliza un arma que aprendió en otras latitudes: la psicológica. Trata de convencerlos -sin estarlo ya él del todo- de que su compromiso con la dictadura alcanzó tal magnitud que ni la Casa Blanca ni el próximo gobierno de transición en Venezuela se apiadarán de su futuro y sus bienes. Los deja pensando: jamás les otorgarían una absolución. Con ese eco en sus cabezas retornan a sus hogares. Cabello también trata de contenerlos. Los generales dudan. Los coroneles y capitanes, mucho más.

El tiempo para saltar a las filas que terminarán gobernando Venezuela está llegando a su límite. Los militares que se queden junto a Maduro y su séquito serán enjuiciados por delitos gravísimos, entre los que se destacan violaciones a los derechos humanos y narcotráfico. "El régimen está como una manzana demasiado madura: caerá en cualquier momento", pronostica el mismo militar que dobló el uniforme hace algunos años pero que mantiene lazos con sus camaradas en carrera y le confían sus penas.

Los interrogantes se apoderan de su insomnio. Sobre todo de aquellos que ven ahora (o quizás, nunca) una oportunidad que pueda desvanecerse. Lo mismo ronda la cabeza de su jefe. ¿Qué pasaría si Juan Guaidó, en su carácter de presidente interino, comienza a dar instrucciones concretas a los militares? ¿Qué podría ocurrir en caso de que designara a un nuevo comandante en jefe y una renovada cúpula? Más temprano que tarde, el titular de la Asamblea Nacional ocupará Miraflores y las consecuencias de no haber obedecido sus órdenes dándole la espalda a la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela se redundarían en procesos criminales por traición a la patria, sumado a las torturas contra opositores, asesinatos y tráfico de drogas. Todos esos cargos serán fáciles de comprobar.

Padrino, por el momento, no actúa solo. Junto a él operan otros uniformados que mantienen la disciplina del generalato venezolano. Son los cubanos infiltrados en lo máximo del poder de Caracas. Penetraron la inteligencia, las fuerzas armadas y las paraestatales. Todo con el visto bueno de Maduro, quien cada vez tiene menos control de la situación. ¿Saben ambos que los castristas podrían dejarlos al desamparo de un momento a otro si así lo ordena Moscú? El límite es el petróleo.

El mayor General de la Aviación venezolana Francisco Estéban Yánez Rodríguez reconoció a Guaidó como presidente interino. Lo hizo el pasado 2 de febrero. Junto a él se sumaron casi 600 oficiales y suboficiales. Ese día el piloto en jefe afirmó que el 90% de los militares están descontentos con el régimen. Padrino está al tanto… mientras cree escuchar un sonido recurrente en su cabeza: tic tac.

Entre los uniformados anotados en la lista de desertores a la dictadura se encuentra alguien que estuvo a punto de terminar en una cárcel norteamericana: Hugo Armando Carvajal Barrios, ex mayor general del Ejército y ex director de Inteligencia Militar. Durante años fue un verdadero titiritero. Al lado de Chávez hizo y deshizo a su antojo y tejió redes -y negocios- con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Hasta que en julio de 2014 cayó a medias. Fue acusado de narcotráfico y detenido en Aruba. Era catalogado por algunos como "el Pablo Escobar de Venezuela". Sin embargo, la campana lo salvó a tiempo. Un giro diplomático impidió que fuera extraditado desde esa isla a Estados Unidos. Retornó a Venezuela como un héroe, ungido por Maduro y generales.

Pero hace pocas semanas -en disputa con el régimen- se declaró en rebeldía. Conocedor de los tiempos y de los humores de sus camaradas, es consciente que el final podría precipitarse. También es consciente de que se debe apartar a los castristas para que el dictador caiga. "Créanme, si no acabamos con los cubanos, la FAN no podrá cumplir con sus deberes", dijo, al tiempo que le exigió "coraje" a Padrino. "Póngase un par de bolas", le espetó. Desde un exilio desconocido está atento a cualquier movimiento que podría realizar el resto de sus antiguos pares.

Además, la infiltración del G2 cubano generó un estado de terror propio de un gulag en cada uno de los cuarteles. La desconfianza sobre el compañero hace muy difícil la confidencia de algún descontento. Cualquiera que pretenda alzar la voz es reportado de inmediato.

Académico y con una vasta formación, el generalísimo conoce cómo piensa cada uno de los soldados y altos mandos de la fuerza. Está al corriente de sus preocupaciones y necesidades. También sus debilidades. Es que el militar de 55 años ocupó todos los cargos de comando inherentes a los grados, un plus sobre otros de su misma generación.

Pero además, las armas están muy bien custodiadas. El acceso a ellas es casi imposible para alguien que quiera alzarse contra la dictadura. Desde que Chávez se hiciera con el control absoluto de la nación el armamento y las municiones sólo se otorgan cuando algún suboficial está de guardia. ¿Cómo alzarse sin armas? ¿Cómo alzarse sino es el jefe quien lo ordena? Padrino es quien tiene hoy el poder de distribuir las llaves de esos galpones atiborrados de fusiles.

Tanto él, como el resto de sus mandos altos y medios tienen pleno conocimiento de que abril será clave, en cuanto a definiciones. A los vencimientos por bonos de la petrolera Citgo -la obsesión de Rusia- deberá sumarse el clima social, que para entonces podría estar aún más deteriorado: la escasez de energía, de alimentos y remedios estará en niveles dramáticos. Más teniendo en cuenta que Venezuela es un neto importador de víveres y las divisas para poder comprarlos apenas si cabrán en un esquelético bolsillo. Para peor: ese bolsillo será saqueado.

¿Cómo hará el régimen para impedir una nueva implosión que incluso golpeará a quienes componen sus cuarteles? ¿Cómo hará Padrino para frenar a sus coroneles, capitanes y soldados?

Más: generales están al tanto que de haber un remoto salvoconducto para Maduro, el mismo incluirá apenas a su círculo y a parte del poder central, entre quienes podría -o no- figurar el propio ministro de Defensa. El resto de los comandantes permanecería sin escudo en una Venezuela sedienta de justicia. La historia latinoamericana no ha sido piadosa con los uniformados del siglo XX. Tampoco lo será con los del Socialismo del XXI.

Los Estados Unidos confían, sin embargo, en que el Ejército es la única institución con la que se puede todavía contar y que puede garantizar una transición medianamente ordenada hacia una democracia plena. Pese a la incontenible corrupción de los altos mandos, una línea se mantiene ajena a los crímenes que cometieron sus superiores junto a los cubanos.

Guaidó necesitará tiempo para separar la paja del trigo. En cambio, la Fuerza Aérea y la Marina parecieran no ser tan confiables. Se tienen pruebas de que los aviones de ambas armas resultaron de gran utilidad para las tropelías de Maduro y Cabello. Y el mar habría sido demasiado calmo para las lanchas y las embarcaciones con carga blanca.

Como un jugador de ajedrez que anticipa movimientos, Padrino ya hizo el propio por desesperación de su propia familia, sobre todo sus hijos Michell y Yarazetd. Intentó refugiarlos primero en España y luego en Costa Rica, donde se encendieron las alarmas y cerraron sus puertas. Hoy estarían viviendo en Madrid. Pero los tiempos se acortaron. Ningún país se comprometería a darle refugio a aquellos que cometieron delitos contra la humanidad en Venezuela. Ni a ellos ni a sus familias. Muchísimo menos cuidar de su dinero.

"La ventana está cerrándose", dijo hace unos días John Bolton, asesor de la Casa Blanca para Asuntos de Seguridad Nacional. Padrino lo sabe. Sus subordinados, también.

jueves, 15 de febrero de 2018

Pasqualini, nuevo Jefe del EA

Claudio Pasqualini será el nuevo Jefe del Ejército

Actualmente se desempeña como General de Brigada
Infobae



El presidente Mauricio Macri designará al General de Brigada Claudio Pasqualini como nuevo jefe del Estado Mayor General del Ejército Argentino en reemplazo del Teniente General Diego Suñer, quien fue relevado de su cargo hoy por el primer mandatario.

Pasqualini, actualmente Comandante de la 2° División del Ejército, se convertirá en el nuevo Jefe del Ejército en reemplazo de Suñer, quien asumió el puesto en enero de 2016 en el marco de una renovación en la fuerza impulsada por el Gobierno nacional.

Ex jefe del Regimiento de Patricios, Pasqualini es de la "promoción Malvinas", integrada por aquellos que en el comienzo de la guerra de 1982 egresaron antes de que terminara su instrucción por el conflicto bélico. Sin embargo, muchos de esa promoción no participaron de la Guerra, y Pasqualini es uno de ellos.

Hasta ahora, Pasqualini estaba a cargo de la 2° División del Ejército, conocida como el "Ejército del Norte", cuya sede de comando se encuentra en la ciudad de Córdoba.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Nuevo Comandante en Jefe Pakistaní: Perspectivas más diplomáticas

A more prudent Pakistan Army is now led by a man who once served under a former Indian Army chief


Over to you, general. (Pakistan Inter Services Public Relations/Handout via Reuters)


By Johann Chacko
Quartz India

A smooth change of guard in Pakistan’s leadership is a rarity, particularly in its military circles.
Nonetheless, last month, prime minister Nawaz Sharif appointed general Qamar Javed Bajwa Pakistan’s new chief of army staff (COAS). There is optimism in some quarters that the country is on the path to eventual civilian supremacy given that his predecessor, general Raheel Sharif, quietly retired on time. The outgoing general also seemed unable to influence the prime minister’s choice.
On the other hand, the army’s control over defence, foreign, and internal security policy actually deepened and broadened under the command of Raheel Sharif, Pakistan’s most popular COAS in decades. So how do we square these two contradictory facts, and what does it mean for the region?
The short answer is that there is no contradiction. The Pakistan Army’s greatest source of power is its popularity, which it has continued to cultivate through a number of means. The first has been avoiding public clashes with institutions that have popular support such as the judiciary or, for that matter, some extremist groups. The other has come from boosting its image and attacking that of its rivals with the help of an increasingly powerful Inter-Services Public Relations (ISPR).

Bajwa served under a former Indian COAS general Bikram Singh as part of the UN peacekeeping mission.

But it’s not just clever perception management that has improved the army’s position. After a decade-and-a-half of successive crises, the military seems to be showing a much higher degree of realism in its decision-making. The recklessly triumphant mindset that emerged in the late 1980s from the nuclear programme’s success and the Soviet retreat in Afghanistan has been replaced by relative sobriety. This is something that neighbouring countries, especially India, need to think about with equal seriousness if regional stability is to improve. Neither confrontation nor engagement will work unless it is shaped by a grasp of the Pakistan Army’s far more modest strategic objectives.

Meet the new boss

Many in Pakistan Army’s fraternity wanted the new COAS to be someone who had already demonstrated aggressive leadership in the war against the Pakistani Taliban. Of the names shortlisted for the top job, generals Nadeem Ishfaq or Zubair Hayat had been closely associated with major operations in the Federally Administered Tribal Areas (FATA).


Like a boss. (Pakistan Inter Services Public Relations (ISPR)/Handout via Reuters)

Instead, between 2013 and 2015, Bajwa commanded X Corps, the largest of all Pakistani field formations, which is responsible for the capital and the Line of Control (LoC) separating India and Pakistan in Kashmir. This came on top of multiple previous tours along the LoC in both command and staff positions. However, it shouldn’t be assumed that these postings bred an anti-India focus.
Bajwa served as a brigade commander under a former Indian COAS, general Bikram Singh, as part of the UN peacekeeping mission in the Congo between 2007 and 2008, earning the Indian general’s high praise for his professional performance in South Kivu. Shortly after his UN stint, Bajwa took charge of Force Command Northern Areas (FCNA) overseeing vast mountainous areas of Gilgit-Baltistan, including the Siachen Glacier, the highest battlefield in the world, and former flashpoints like Kargil and Dras.
This seamless transition from fighting under and alongside the Indian Army to fighting against it says something about the flexibility that the Pakistan Army’s senior officers have had to develop. This is because not even those on the LoC can afford to solely focus on the Indian military anymore. Gilgit-Baltistan, for example, has seen an increase in extremist activity among the region’s Sunni minority, aimed at tourists, Shi’ites, and the Pakistan Army itself. And protecting the ever-increasing levels of Chinese investment in the area is an absolute top priority for FCNA.


The civil-military tug-of-war

Of course, Bajwa’s most important responsibility as X Corps’ general officer commanding-in-chief was the Islamabad-Rawalpindi twin city area. In that capacity, he had the power to either end or defend the sitting government at any point. Things were particularly critical in late 2014 when cricketer-turned-politician Imran Khan led an attempt to bring down the Nawaz Sharif government through mass demonstrations. The prime minister, for his part, was said to be deeply impressed by Bajwa’s neutral stance in the army brass’s debates over whether to help the demonstrators.


Howdy partner! (PID/Handout via Reuters)

Eventually, Sharif selected Bajwa for much the same reasons he appointed Raheel Sharif to the top job back in November 2013: a lack of overt political ambition, and a reputation for quiet competence rather than either outspokenness or sycophancy. And the prime minister is likely to get more of the same again, i.e. a general unlikely to seize power for himself, but one who also ferociously defends the Pakistan Army’s institutionally defined interests.
The extent of the army chief’s personal ambition really does matter in Pakistan. There are few states at the moment that have such a concentration of political power in the hands of a single appointed professional military officer. This power does not come from either a constitutionally defined role or pure coercive means at his disposal. It is a product of the army’s status as the most trusted institution in the country by far.


The PR factor

The other source of a COAS’s authority is his public reputation, something the ISPR closely manages through social media campaigns, commissioned music videos, films, and partnerships with “friendlier” journalists and editors. ISPR’s importance in managing national opinion is reflected in the inflation of its director-general rank from brigadier to major-general under Pervez Musharraf, and then to lieutenant-general under Raheel Sharif.
Things have come a long way since the days of the 1999 Kargil operation when ISPR and the army general headquarters were horrified to find Pakistanis hungrily consuming Indian satellite TV news for want of a more compelling alternative. It’s not yet quite the status of heading the Inter-Services Intelligence (ISI) or the Strategic Plans Division (the nuclear custodians), but if current trends continue, it is not out of the question that a future ISPR head might one day become COAS.

There won’t be an overnight transfer of affections to Bajwa, but the infrastructure is in place.

In Pakistan’s political culture, like the rest of the subcontinent, there is a hunger for heroes and a tendency for cults of personality. A name and a face give people something they can attach themselves to. This ability to turn army chiefs into national heroes is a threat that any Pakistani prime minister must take into account.
Last month, for instance, a Leftist union leader (normally an anti-military demographic) committed suicide after failing in a month-long campaign outside the Karachi press club to pressure the government into granting an extension to Raheel Sharif. It is remarkable given that Sharif was unknown to the public four years ago, but ISPR has made sure credit for improvements in security from high-profile operations in unsettled areas like Karachi went to the COAS.
There won’t be an overnight transfer of affections to Bajwa, but the infrastructure is in place, the popular demand for saviours remains, and all that’s missing is an opportunity to demonstrate leadership. The Narendra Modi government’s determination to take a “defensive offensive” position against Pakistan, as Ajit Doval, India’s national security advisor, described it, is likely to provide those opportunities sooner rather than later.

The learning curve

For those in New Delhi who want to pile the pressure on Pakistan over Kashmir, the reality they must confront is that Islamabad’s civilian government will most likely bear the brunt of it, leaving the army’s position stronger than ever.
This is in part because the Pakistan Army seems far less prone to severe overreach. The indications are that the army’s regional goals are far less ambitious and more sustainable than they were in the two decades between general Zia-ul-Haq’s death in 1988 and Musharraf’s ouster in 2008.

The army no longer has the arrogance of the force that by the late 1980s believed it had defeated a superpower with god’s help.

The last 15 years of escalating domestic conflict with the Pakistani Taliban has cost the army thousands of casualties, shaken its cohesion with defections and resignations, and tied down a third of its forces. Meanwhile, India’s defence budgets and global standing have continued to grow. The Pakistan Army’s officer corps survived those pressures to come out stronger than ever, but the experience has naturally knocked out many ideological fantasies in favour of much harder-nosed realpolitik.
The army no longer has the arrogance of the force that by the late 1980s believed it had defeated a superpower with god’s help and was convinced it could rule Afghanistan through its equally god-fearing clients. Instead, the generals admit today that a total Taliban victory is unlikely, and would pose risks to Pakistan as far south as Karachi. They also acknowledge that India is not going to dissolve like Yugoslavia or the Soviet Union. There is a recognition that they cannot retard the growth of Indian power through “unconventional warfare,” and recognise that Pakistan must catch up economically in order to exercise diplomatic influence.

Most importantly, the army has lost the easy confidence it held until the late 2000s that the ISI could easily manipulate its jihadi “boys” at will. There’s also a high level of caution in handling the vast “disposal” problem, burdened by the belated recognition that most extremist organisations’ desire for resources, revenge, and above all power make them just as likely to ally with Islamabad’s enemies if they are mishandled.
The army’s priorities seem to have re-centred on defending its control over national security affairs (at the expense of the civilians), ensuring internal stability, maintaining international alliances, and supporting Pakistan’s GDP growth. However, none of this is to suggest that the proxy conflicts between India and Pakistan are anywhere near over. There’s far too little trust between the two countries to engage in such wishful thinking.
On the other hand, neither country is satisfied with the status quo, which provides a spark of hope. The Pakistan Army, through painful experience, has finally gained a far more realistic institutional assessment of itself and its situation—perhaps its most realistic view in history. So the increasingly ideological government of India would be well-served by recognising its opponent not as it was, but as it is.
Otherwise, India may find itself in the position the Pakistan Army so often did in the past: overconfident, out of touch and in flagrante delicto.

lunes, 4 de abril de 2011

Video: Alto oficial de la aviación libia se une a los rebeldes en Misrata.



El Brigadier General Alí Atallah al-Obeidi, piloto veterano de la Fuerza Aérea Libia, desertó del régimen y demoró 15 días para arribar a la ciudad rebelde de Misrata, eludiendo el cerco al que la tiene sometida Gadafi desde hace más de un mes.

al-Obeidi relató que él y otros camaradas se encontraban sometidos a permanentes amenazas de muerte por parte del dictador.