Las dictaduras también se votan
AGUSTÍN LAJE (*)
La crisis política venezolana y la feroz represión perpetrada por el gobierno de Nicolás Maduro ponen de manifiesto que en las dictaduras también se vota o, en otras palabras, que la democracia, para salvaguardar las libertades básicas, no puede reducirse únicamente al acto eleccionario.
Al menos tres muertos, más de sesenta heridos de gravedad y más de doscientos detenidos por razones políticas constituyen apenas una fría muestra estadística de los trajinados momentos que vivió Venezuela el pasado miércoles 12 de febrero.
Durante la misma jornada, el canal de noticias NTN24, único medio que mostraba las imágenes de la violencia, fue eliminado por orden de Maduro de la grilla de canales que ofrece DirecTV en el país, continuando así con una práctica que fue característica del gobierno de Hugo Chávez: la censura de los medios no subordinados al poder político.
Concluidos los sucesos del llamado 12F, Maduro prosiguió la persecución contra la oposición venezolana y el periodismo. Su primera medida fue ordenar la detención de Leopoldo López, coordinador de Voluntad Popular. Inti Rodríguez, un dirigente de derechos humanos, fue secuestrado, apaleado e interrogado por un grupo paramilitar chavista. La web de Nelson Bocaranda, el periodista que desveló los misterios del cáncer de Hugo Chávez, fue suprimida. Y por si algo faltara, abogados de los detenidos políticos aseguran que éstos fueron víctimas de torturas con electricidad en las cárceles del régimen.
Una serie de preguntas debería ponerse sobre el tapete del análisis político: ¿un gobierno que viola los derechos humanos puede ser al mismo tiempo democrático?, ¿la democracia puede desarrollarse en el marco de un gobierno que reprime la libertad de expresión y persigue a la oposición política?, ¿es que acaso la democracia se reduce al mero acto eleccionario?
Interesan estas preguntas en vista de los argumentos esgrimidos por quienes pretenden justificar el accionar del gobierno venezolano –entre ellos, el gobierno kirchnerista–, consistentes en relucir la (dudosa) legitimidad de origen de Nicolás Maduro pero al mismo tiempo ignorar su ilegitimidad de ejercicio. En otras palabras, las argucias de los defensores de Maduro muestran la foto, pero no la película.
Lo cierto es que la visión según la cual la democracia es una suerte de sinónimo de la "regla de la mayoría", además de pecar de simplista, supone una contradicción insalvable: si el cumplimiento de la regla de la mayoría fuese el único requisito de una democracia, entonces la mayoría podría, por caso, prescribir legítima y "democráticamente" el aniquilamiento de la minoría, lo que redundaría en la destrucción de la propia regla en cuestión. Sin minoría, el concepto de mayoría no tiene sentido, pues se es mayoría en tanto exista, por más reducida que sea, una minoría; y sin mayoría, según el propio criterio mayoritario, no hay democracia.
De esto último se desprende que la democracia, para sobrevivir a su propia lógica interna, precisa de límites vinculados al respeto de las minorías, por un lado, y garantías de libertad por el otro, que sólo puede ofrecer el sistema republicano, tan vapuleado por el populismo. En otras palabras, si el resguardo de la libertad individual integra el plexo ideológico de la democracia, entonces la "regla de la mayoría" tiene que ser, necesariamente, limitada. Ser mayoría no es un argumento válido para gatillar sobre la cabeza de un pacífico manifestante como el joven venezolano Roberto Redman, muerto por el chavismo en el 12F.
El fundamento moderno de la democracia debe ser la libertad. La mayoría no tiene legitimidad per se, como la fuerza bruta de la horda tampoco la tiene. El número por sí solo nada dice; es una mera manifestación de fuerza, de linchamiento. La mayoría tiene legitimidad para la democracia representativa en tanto y en cuanto garantiza libertades políticas. En el momento en el que el poder de la mayoría se utiliza para suprimir libertades y atacar a opositores, no podemos continuar hablando de democracia, sino tal vez de "tiranía de las mayorías", parafraseando a Alexis de Tocqueville.
Vale recordar ejemplos históricos como el primer sufragio universal (masculino) practicado en Francia, que llevó al poder a Luis Bonaparte, quien irónicamente instauró la primera dictadura moderna. Nadie podría argumentar que su feroz gobierno fuera democrático, a pesar de haber sido legitimado por el voto popular.
El llamado "socialismo del siglo XXI", del cual Venezuela es cabeza y al cual nuestro país adhiere, utiliza las reglas de la democracia para aniquilar la democracia. Los muertos, los heridos, los presos políticos y los amordazados por el autoritarismo chavista dan cuenta de algo que debemos empezar a tener presente: una democracia no se define únicamente por cómo se accede al poder sino también por cómo se lo ejerce. Al final de cuentas, como señalábamos al comienzo, en las dictaduras también se vota.
(*) Director del Centro de Estudios Libertad y Responsabilidad. Es coautor del libro "Cuando el relato es una farsa. La respuesta a la mentira kirchnerista"
Rio Negro
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