Seprin
Había rumores de crisis y descontento salarial en Gendarmería que se podía traducir antes de fin de diciembre en conflictos como los acuartelamientos del año pasado. El gobierno no quiere nuevas crisis antes de las elecciones, entonces decidió sacarlos a la calle masivamente para cuidar la seguridad, porque Cristina descubrió después de las PASO que además de existir inflación también la inseguridad no es culpa de los periodistas.
De esa forma los gendarmes podrán cobrar un simulado plus salarial por horas extras y esas cosas en las que ahora están desarrollando.
Pero hay otro malestar en esa fuerza, que ya lleva tiempo y los tiene casi como protagonistas incidentales.
Hace casi un año un incendio intencional destruyó una partida de motos estacionadas en el Destacamento Mercedes de la Gendarmería, situado a cien kilómetros de CABA. A pocos metros del lugar, un cartel decía: Por sueldos dignos.
Intervino enfurecido Sergio Berni prometiendo una investigación a fondo sobre el siniestro, algo que nunca ocurrió. ¿Por qué los Gendarmes iban a destruir sus elementos de trabajo, algo que nunca ocurre en las fuerzas de seguridad aunque hagan cualquier cosa para que se escuche sus reclamos salariales?
El tema de fondo sigue teniendo vigencia, y es éste. El gobierno compró el año pasado una flota de 900 motos de alta cilindrada a Yamaha para ser utilizadas por la Gendarmería. En su momento se hizo esos anuncios épicos del gobierno, con Sergio Berni a la cabeza, como que esa entrega de vehículos iba a ser cruciales para el combate contra la inseguridad.
El negociado en sí no era la sobrefacturación ni hipotéticos retornos o comisiones que pagaría la firma japonesa por la adquisición de esa partida. Es porque en realidad hay precios estándar para esas unidades a nivel internacional y salirse de esos rangos significaba un problema difícil de asumir.
Lo que acusan los Gendarmes es que una vez entregadas las motos, se las envió a “tunear”, o sea, a adaptarlas una por una con todos los implementos que requiere uno de esos vehículos para estar capacitadas en la lucha contra la delincuencia. Y ahí estaba la punta del iceberg del negociado de los 900 vehículos. Porque si hay un precio fijo para cada unidad al comprarla, no hay un precio estimado para ponerlas en condiciones de salir a las rutas y reequiparlas. Y esos tuneos costaron varios millones de pesos, incluido piezas y repuestos importados que se hicieron a la vera de las restricciones de Guillermo Moreno.
La Gendarmería nunca fue consultada sobre cuál es su necesidad operativa y lo peor del caso, no sólo se enteró del tremendo negocio del tuneo de las Yamaha sino que tampoco Sergio Berni les puso instructores para capacitarlos en el manejo de los dos ruedas.
Se sabe que manejar una alta cilindrada a velocidades cercanas o superiores a los 200 kilómetros por hora no es para cualquiera. Hay que tener muchas horas de entrenamiento no solo para conducirlas sino para las tareas afines que conlleva la persecución a delincuentes, como ser hablar por radio, concentrarse en la represión armada, estar atento a no cometer accidentes que perjudiquen a terceros y cosas parecidas.
Ni el Ministerio de Defensa, ni la Secretaría de Seguridad ni la cúpula de la Gendarmería se ocuparon en casi un año de esas adquisiciones del entrenamiento motoquero de los Yamaha tuneadas, algunas de las cuales se pueden ver estacionadas a la vera de los peajes en algunas autopistas de la Provincia de Buenos Aires, más como una exhibición o persuasión indirecta que como otra cosa.
Esas motos reflejan más un símbolo de la corrupción que un elemento apto para combatir el delito cada vez más cruel al que deberían afrontar.
Los más avezados motoqueros de seguridad los tiene la División Motos de la Policía Federal, hombres que tienen muchas horas de entrenamiento y práctica que antes de salir a patrullar tienen que tener dominio total sobre el vehículo.
La queja de los Gendarmes que motivó aquel siniestro en Mercedes hace casi un años sigue en pié. Son muy poquitos los hombres con capacidad de conducir esos vehículos, que como todos los fierros ya se sabe que si no se utilizan con asiduidad se terminan arruinando.
Ahora que el gobierno los quiere poner en las calles para hacer proselitismo en las elecciones de octubre, se muestra la falencia de tener esas 900 motos y apenas muy pocos motoqueros que se suban a ellas.
Había rumores de crisis y descontento salarial en Gendarmería que se podía traducir antes de fin de diciembre en conflictos como los acuartelamientos del año pasado. El gobierno no quiere nuevas crisis antes de las elecciones, entonces decidió sacarlos a la calle masivamente para cuidar la seguridad, porque Cristina descubrió después de las PASO que además de existir inflación también la inseguridad no es culpa de los periodistas.
De esa forma los gendarmes podrán cobrar un simulado plus salarial por horas extras y esas cosas en las que ahora están desarrollando.
Pero hay otro malestar en esa fuerza, que ya lleva tiempo y los tiene casi como protagonistas incidentales.
Hace casi un año un incendio intencional destruyó una partida de motos estacionadas en el Destacamento Mercedes de la Gendarmería, situado a cien kilómetros de CABA. A pocos metros del lugar, un cartel decía: Por sueldos dignos.
Intervino enfurecido Sergio Berni prometiendo una investigación a fondo sobre el siniestro, algo que nunca ocurrió. ¿Por qué los Gendarmes iban a destruir sus elementos de trabajo, algo que nunca ocurre en las fuerzas de seguridad aunque hagan cualquier cosa para que se escuche sus reclamos salariales?
El tema de fondo sigue teniendo vigencia, y es éste. El gobierno compró el año pasado una flota de 900 motos de alta cilindrada a Yamaha para ser utilizadas por la Gendarmería. En su momento se hizo esos anuncios épicos del gobierno, con Sergio Berni a la cabeza, como que esa entrega de vehículos iba a ser cruciales para el combate contra la inseguridad.
El negociado en sí no era la sobrefacturación ni hipotéticos retornos o comisiones que pagaría la firma japonesa por la adquisición de esa partida. Es porque en realidad hay precios estándar para esas unidades a nivel internacional y salirse de esos rangos significaba un problema difícil de asumir.
Lo que acusan los Gendarmes es que una vez entregadas las motos, se las envió a “tunear”, o sea, a adaptarlas una por una con todos los implementos que requiere uno de esos vehículos para estar capacitadas en la lucha contra la delincuencia. Y ahí estaba la punta del iceberg del negociado de los 900 vehículos. Porque si hay un precio fijo para cada unidad al comprarla, no hay un precio estimado para ponerlas en condiciones de salir a las rutas y reequiparlas. Y esos tuneos costaron varios millones de pesos, incluido piezas y repuestos importados que se hicieron a la vera de las restricciones de Guillermo Moreno.
La Gendarmería nunca fue consultada sobre cuál es su necesidad operativa y lo peor del caso, no sólo se enteró del tremendo negocio del tuneo de las Yamaha sino que tampoco Sergio Berni les puso instructores para capacitarlos en el manejo de los dos ruedas.
Se sabe que manejar una alta cilindrada a velocidades cercanas o superiores a los 200 kilómetros por hora no es para cualquiera. Hay que tener muchas horas de entrenamiento no solo para conducirlas sino para las tareas afines que conlleva la persecución a delincuentes, como ser hablar por radio, concentrarse en la represión armada, estar atento a no cometer accidentes que perjudiquen a terceros y cosas parecidas.
Ni el Ministerio de Defensa, ni la Secretaría de Seguridad ni la cúpula de la Gendarmería se ocuparon en casi un año de esas adquisiciones del entrenamiento motoquero de los Yamaha tuneadas, algunas de las cuales se pueden ver estacionadas a la vera de los peajes en algunas autopistas de la Provincia de Buenos Aires, más como una exhibición o persuasión indirecta que como otra cosa.
Esas motos reflejan más un símbolo de la corrupción que un elemento apto para combatir el delito cada vez más cruel al que deberían afrontar.
Los más avezados motoqueros de seguridad los tiene la División Motos de la Policía Federal, hombres que tienen muchas horas de entrenamiento y práctica que antes de salir a patrullar tienen que tener dominio total sobre el vehículo.
La queja de los Gendarmes que motivó aquel siniestro en Mercedes hace casi un años sigue en pié. Son muy poquitos los hombres con capacidad de conducir esos vehículos, que como todos los fierros ya se sabe que si no se utilizan con asiduidad se terminan arruinando.
Ahora que el gobierno los quiere poner en las calles para hacer proselitismo en las elecciones de octubre, se muestra la falencia de tener esas 900 motos y apenas muy pocos motoqueros que se suban a ellas.
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